«Durante la década de 1970, los reporteros desempeñaron un papel decisivo en revelar lo que llegó a ser el escándalo político más grave de Estados Unidos del período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Los periodistas de Washington siguieron la pista de un hurto menor en el edificio de oficinas de Watergate, hasta llegar a la Casa Blanca. Este reportaje llevó a investigaciones en el Congreso y finalmente a la renuncia del presidente Richard Nixon.
El desempeño de la prensa durante el caso Watergate se consideró el espejo que refleja lo mejor que el periodismo puede ofrecer a la democracia: hacer que el poder rinda cuentas. Esta función se convirtió en una tendencia en las redacciones de los periódicos de Estados Unidos. En los años siguientes la profesión gozó de un alto grado de credibilidad y hubo un aumento notable en el número de estudiantes de periodismo». Silvio Waisbord, 2001
Leíamos estos días los datos de difusión de la OJD para el cierre de 2014 y descubríamos que las tres mayores cabeceras españolas (‘El País’, ‘El Mundo y ‘ABC’) habían registrado una pérdida de 460.000 ejemplares desde 2007, inicio de la crisis.
Una crisis, que ha desgarrado un sistema económico, evidenciado una decadencia moral, tocado de muerte modelos de negocio obsoletos, multiplicado el drama social e intoxicado una de las armas más poderosas que teníamos para combatir lo anterior: el periodismo.
Hablábamos del descalabro de la prensa tradicional española, un desplome de múltiples culpables. Algunos positivos, otros negativos. La multiplicación de emisores con el crecimiento exponencial de internet, los nuevos y múltiples canales online, blogs, y medios alternativos es una de las causas que debemos celebrar. Las nuevas formas de consumo, con el papel como claro perdedor es un rasgo casi inevitable del progreso y transformación de la sociedad gracias a la tecnología.
Pero llegamos al rol intrínseco que los medios han jugado en su adaptación a un contexto cambiante y una economía decadente. La caída de ingresos publicitarios parece haberse dado especialmente en los pequeños anunciantes. Esta retirada ha volcado la balanza publicitaria a favor de los grandes anunciantes: banca, energéticas, teleoperadoras, administraciones públicas... Precisamente, las más interesadas en contener o favorecer informaciones pertenecientes a sus sectores, las más poderosas e influyentes.
Así, hemos ido viendo como progresivamente los medios se politizaban descaradamente y contaminaban sus informaciones otrora independientes con publirreportajes, maquillando datos, parcializando, obviando, convirtiéndose en portavoces acríticos del poder, y en definitiva, manipulando. Y todo ello sumado a un juego de tronos entre fusiones de grandes grupos mediáticos, bailes accionariales entre medios e industrias clave, presiones políticas de corte totalitarista...
Y entre medias, los periodistas. Que no, empresarios. Según la Asociación de la Prensa de Madrid, entre 2008 y 2013, desaparecieron 284 medios de comunicación y se perdieron 11.151 empleos en el sector en España. Si se le suman los 1.680 puestos que desaparecieron con el apagón de RTVV en noviembre de 2014, la cifra se eleva a 12.831 personas. Según fuentes, el número de periodistas que han perdido el empleo estos últimos años es todavía más escalofriante.
Volviendo a las cifras que motivaban este texto, las tres grandes cabeceras han reducido a la mitad su difusión en pocos años. La pérdida de calidad de sus contenidos es una de las grandes causantes. No sólo por el sesgo a sus contenidos que las presiones políticas y de anunciantes han propiciado, sino también por la pérdida de pluralidad que los despidos de esos miles de comunicadores ha traído. Grandes periodistas se han ido a la calle o han acabado cogiendo ellos la puerta por no arrodillarse ante rebajas salariales, rebajas en sus derechos laborales, presiones editoriales, horarios interminables, salarios irrisorios y mobbing en las redacciones.
La creciente concentración de la propiedad de los medios de información en pocas manos y el apremio por el sensacionalismo en el tratamiento de las informaciones han colapsado la misma naturaleza del periodismo.
Y precisamente, en buena parte de los casos, quienes han sobrado o no han deseado adaptarse a las presiones que el nuevo orden mediático imponía han sido los más veteranos, curtidos, contestatarios, independientes y, en definitiva, buenos profesionales que se han resistido prostituir su labor de informar.
Periodismo y democracia
¿Y quiénes pierden con todo esto? Nosotros perdemos. Todos perdemos.
Porque cuando pierde el periodismo, pierde la democracia.
El periodismo es una herramienta esencial en el ejercicio de la democracia. Su papel se comprende entendiendo el modelo del Cuarto Poder de la prensa. El deber de la prensa es ejercer una suerte de rendición de cuentas del gobierno. Responsabilizar a este de sus acciones mediante la publicación de informaciones sobre los asuntos de interés público, y el cumplimiento de su papel con la ciudadanía. Este papel cobra especial relevancia cuando las informaciones revelan o denuncian corrupción, abusos y delitos cometidos por las autoridades.
Por ello, el buen periodismo contribuye directamente al correcto desarrollo de la democracia, limitando y equilibrando los poderes de los sistemas democráticos, proporcionando la igualdad de condiciones entre todos los actores de un Estado, pues la tenencia o ausencia de información constituye un valor en sí.
La democracia más madura es la que exige y obtiene transparencia de la administración y actores económicos a través de la interacción entre estos y ciudadanía, lo cual precisa de herramientas institucionales que garanticen la participación efectiva de todos los agentes implicados en las labores en igualdad de condiciones. A donde estas herramientas no llegan, llega el periodismo. Es decir, contribuye a que los gobiernos asuman la responsabilidad de sus acciones y políticas desempeñadas hacia los ciudadanos. Y para que el ejercicio de responsabilidad sea posible, la ciudadanía debe conocer las actividades realizadas por su gobierno. Sólo de esta forma, la ciudadanía se encontrará en igualdad de condiciones para poder premiar, proponer, exigir o castigar a la administración.
Una vez más, cuando pierde el periodismo, perdemos todos. Somos un poco menos libres.
Foto de Jonathan Rashad
